Un Haiku Para Un Camino 0 946

Hace tres años, Sofía Velásquez co-dirigió el documental Retrato Peruano del Perú junto a Carlos Sánchez Giraldo. una reflexión sobre la identidad y la memoria a través de las historias de tres peruanos cuyas vidas están ligadas a la fotografía y la preservación de recuerdos.

Ahora en solitario, la directora prepara otro proyecto con el título tentativo de Los Hombres Ríen, Trabajan, Se Van, una mezcla de ensayo y ficción que, al tratar sobre la relación de Velásquez con su padre, se perfila como su filme más personal. Sofía fue seleccionada para el II Taller Andino de Ideas realizado en Lima el pasado septiembre, donde tuvo como asesor al director español Andrés Duque, quien el año pasado visitó la ciudad como invitado del Festival de Cine Lima Independiente.

La realizadora contó su particular experiencia en una interesante crónica publicada originalmente en el portal de Programa Ibermedia, que compartimos con ustedes a continuación.

Un Haiku Para Un Camino

Con Los Hombres Ríen, Trabajan, Se Van, título provisional de su próximo largometraje, la cineasta peruana Sofía Velázquez obtuvo una beca para participar en el II Taller Andino de Ideas que se realizó en Lima el pasado setiembre. La convocatoria estaba abierta a proyectos documentales, de ficción o híbridos, y Velázquez, en Los Hombres Ríen…, se atrevía con una película que mezcla ficción, poesía y ensayo a través de su propia relación con la obra de César Vallejo y con su padre. Sí, un cóctel raro, como ella misma admite en esta crónica fabulosa de su experiencia en el taller y, en especial, de las luces que encontró caminando al lado de su asesor Andrés Duque. Que nadie deje de leer este texto, una clase magistral de lo que es un taller de ideas escrita desde la humildad de una aspirante a producir una obra memorable. Anoten su nombre: Sofía Velázquez.

Escribe SOFÍA VELÁZQUEZ

Cuando llegó el correo que decía que me aceptaban en el Taller Andino, pensé: «nunca me aceptan en nada y, cuando pasa, es en mi propia ciudad». Debo decir que en Lima no había, hasta hace muy poco, un lugar en donde estudiar cine. Hace muchos años, sí, la escuela del maestro Robles Godoy, pero yo estaba aún muy chica para ella. Entonces, creo que pertenezco a una generación conformada por los que lograron salir fuera del país y los que nos quedamos —no necesariamente porque quisiéramos— aprendiendo en el camino, en la práctica, y recorriendo el país para hacerlo.

Ya ahora, que tengo múltiples trabajos y algunos documentales hechos, puedo darme el lujo de costear algunos talleres o especializaciones fuera del Perú, porque con las becas siempre he tenido un poco de mala suerte. Así que, cuando llegó esta noticia, tuve sentimientos encontrados.

Postulé al taller con un proyecto titulado provisionalmente Los hombres ríen, trabajan, se van, una especie de híbrido basado en ciertos arquetipos que identifiqué dentro de la poesía de Vallejo y a través de los cuales hablo de muchas cosas, entre todas ellas, de la relación con mi padre y con la poesía. Una película que mezcla ficción, documental, poesía y ensayo. Sí, así de enredada y excesiva. Tenía claro que la premisa era limpiar. Limpiar y simplificar.

Cuando me enteré del programa del taller, me entusiasmé. Los asesores convocados para esta edición estaban todos geniales, pero yo leí en la pantalla «Luis Ospina» y me emocioné muchísimo.

La idea era que los integrantes del taller nos agrupemos por «tipos» de proyecto. Y, según estos tipos o estilos, nos asignaban determinado asesor. Unos pocos meses antes había visto en el cine las tres horazas de Todo comenzó por el fin y me había reconciliado —mentalmente, claro, porque de eso también vivo— con el documental, que a veces es tan duro y tan ingrato con quienes lo trabajamos, y había admirado al grupo de Caliwood. Y había llorado con Caicedo, me había reído de la pornomiseria y me había emocionado con cada referencia al tiempo y a la literatura que encontré en esa película. Entonces supuse que me tocaría Ospina, ese rockstar del documental, como asesor.

Pero nos fuimos con Andrés Duque. Los miembros del grupo, formado el primer día del taller, éramos todos personas muy distintas aunque quizá con algo en común: nuestros proyectos eran raros. En ellos había mapas, viajes de conquistadores, enanos, idealizaciones paternas y maternas, material de archivo familiar, encuentros entre ficción y no ficción, mucha locura y mucha poesía. Yo había visto en Montevideo, unas semanas antes, Oleg y las raras artes, la última película de Andrés, y pensé que podía ser muy esclarecedor conocer su proceso.

Nuestro encuentro, no voy a negarlo, empezó torpe. Mis inseguridades hicieron mucho para que así sea. Intento siempre repetirme a mí misma que los procesos creativos son así, que la apertura de alma que logro en el papel o en la imagen debo lograrla también al contar mis ideas a otros, porque, si no lo hago, nadie va a entender o sentir y percibir lo que siento, lo que intento decir. Así en el arte como en la vida. Pero las trabas ya estaban puestas.

Ese primer día me fui decidida a encarar el problema y regresar al día siguiente, renovada pero frontal, dispuesta a encontrar una solución. Pero no hubo día siguiente porque, unas horas después, me enteré de que un amigo muy cercano a mi vida, una especia de padre escogido, acababa de morir. En él había inspirado un personaje de esta nueva película que me sentía incapaz de explicar oralmente. Desaparecí dos días. Al tercero, ya no era la misma. Nada de lo que sucedía alrededor era lo mismo.

Todo plan, toda maniobra pensada para afrontar el taller, carecía de sentido. Lo único diferente, tal vez, era que mis defensas estaban en el suelo. Y que, esta vez, Andrés tenía una estrategia. Entonces, empezamos a buscar.

La idea era dejar de pensar en la película y empezar a pensar en mi voz, en mi punto de vista. Era pensar en quién sería yo si tuviera que definir mi identidad artística. En esa búsqueda pasamos por diferentes etapas de la historia, personajes, momentos, lugares. Le conté sobre mis viajes de ayahuasca; me contó sobre cómo había descubierto él su propio alter ego artístico. Hablamos de animales, de seres irreales, de personajes anormales, fracasados y locos. Como los que nos gustan a ambos. Me di cuenta de que esto debía ser un juego, que lo que yo llamaba timidez era un ego que simplemente no quería ser dañado; que, si había algo bueno a partir de la muerte cercana, era la sensación de que, en realidad, no hay absolutamente nada que perder. Después de pensar muy seriamente en el otorongo (pantera amazónica), en su delicadeza y oscuridad, llegamos a confirmar, en medio de esta locura de recuerdos, historias y suposiciones, que mi identidad podría ser la de una poeta japonesa de principios del siglo XX.

Al culminar el taller, varios de mis compañeros tenían parte de su guión escrito. Otros habían encontrado giros dramáticos o descartado personajes irrelevantes para la trama. Algunos muchos estaban contentos porque habían encontrado un camino, una ruta, una voz. Yo encontré un haiku. Y, en el haiku, una estructura. Y, de pronto, todo se ordenó y cobró sentido. Cada verso de ese haiku correspondería a un bloque de la película, que tendría, además, funciones muy precisas, como las de un caligrama. Vallejo estaba obsesionado con la precisión. Las palabras debían ser exactas; hablaba incluso de renunciar a ellas: «Acto imposible», escribía. La voz precisa, en este caso, sería la de la simplicidad y la claridad de tres versos:

El primero te reconcilia con el mundo.
El segundo te traspasa y transforma.
El tercero te suspende, y luego te suelta en otro dimensión.

Si el proyecto fuera un árbol, no diría que las ramas se alargaron, o que los botones florecieron. Ni siquiera sé si es un árbol que tendrá fruto, o flor. Lo que sé es que las raíces echaron a andar. Y que ahí van ahora, abriéndose paso, intentando descifrar lo que Andrés, Oleg y todos sus demás personajes ya saben hace mucho tiempo.

* * *

SOFÍA VELÁZQUEZ NÚÑEZ es cineasta peruana. Forma parte del colectivo audiovisual Mercado Central. Inició su formación como documentalista de manera independiente, dictando talleres y recorriendo el Perú con sus amigos. «Me interesa explorar expresiones populares y periféricas, pero también mi universo más cercano, sus narrativas autorreferenciales y las conexiones entre la imagen y el texto escrito. Me he especializado en la dirección y el montaje.» Algunas de sus producciones han recibido premios dentro del Perú y han logrado competir y exhibirse en festivales y muestras de arte en otros países. Su primer largo, codirigido, se llama Retrato Peruano del Perú y trata sobre el arte popular y los deseos de inventarse; mi último corto se titula Soy Eterno y trata sobre los recuerdos y sobre un tío con esquizofrenia. Tiene una maestría en Antropología Visual.

 Agradecimientos: Programa Ibermedia, Sofía Velásquez

Fotos: Sofía Velásquez

Foto Principal: Canal IPe

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Cofundador y editor en FotografiaCalato.com. Bachiller en Periodismo de la Universidad Católica del Norte en Antofagasta, Chile. Master en Creative Writing, Publishing, and Editing (Escritura Creativa y Edición) de la Universidad de Melbourne, en Australia Redactor de Godard! Revista de Cine desde el 2005. Ha sido redactor de la revista de cine australiana Filmink. Colabora con el portal de noticias canadiense ScreenAnarchy. Miembro de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (APRECI). Escribe el blog semanal Cinéfilo de Martes en la página web del diario Publimetro, además de colaborar con otros medios nacionales e internacionales. Redactor de la página web No Es En Serie, dedicada a series de televisión. Además mantiene su propio blog, Desaires, desde el 2005, donde escribe sobre cine, música y temas afines.

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Estreno: Tayta Shanti 0 354

«Una película sobre la familia y la identidad». Esa es la descripción de Tayta Shanti, tercer largometraje del huancaíno Hans Matos Cámac luego del «western andino» Pueblo Viejo y la reciente Peso Gallo. Se trata de un reencuentro entre Ángela (Julia Thays) y su hija Angie (María Tesoro) con sus familiares en Huancayo. Con la celebración del Tayta Shanti – fiesta emblemática del Valle del Mantaro – como trasfondo, ambas confrontarán a sus raíces e identidas provinciana.

“Somos testigos de los conflictos y problemas que vive una familia en el marco de la celebración de la fiesta del Tayta Shanti. Cada vez que contaba a alguien de qué iba la película, no dejaban de hablar de lo común que es la situación en Huancayo. Los jóvenes protagonistas de esta historia, verán cuestionada su identidad al verse enfrentados a una sociedad que los confronta”, comenta el director.

El director recuerda que desde niño ha participado en fiestas tradicionales con su familia. “Las carpas de comida, los castillones, la música, los vestuarios, la algarabía; todos estos elementos están grabados en mi memoria. Cuando un foráneo me pregunta por los excesos de la fiesta, comienzo a explicarle lo que la fiesta significa para mí: una oportunidad para reunir a la familia y estar juntos a pesar de nuestras diferencias. Con esta película espero compartir esas emociones con el público”.

Completan el reparto Gianco Ponce, Melvin Quijada, Marco Miranda, Laurens Flores y Benjamín Baltazar. Grabada íntegramente en Huancayo, Tayta Shanti se estrena el 29 de febrero.

 

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Trailer: La Herencia de Flora 0 270

Aunque sus inicios en el cine fueron con el policial La Fuga del Chacal, el veterano Augusto Tamayo siempre ha mostrado más afinidad por las películas históricas (pasemos por alto su infortunado paso por el terror con Sebastiana). Ahí están como prueba El Bien Esquivo, Una Sombra al Frente, Rosa Mística y ahora, La Herencia de Flora.

Flora Tristán se ha convertido en un símbolo de la lucha por la emancipación de la mujer y el respeto de sus derechos; el guión de Jimena Ortiz de Zevallos y el mismo Tamayo se centra en una etapa de su vida, la travesía que emprendió para llegar al Perú y reclamar la herencia familiar que era suya por derecho.

Paloma Yerovi interpreta a Flora, acompañada de Diego Bertie en su última aparición en la pantalla grande, además de Alberto Ísola, Joaquín de Orbegoso, Gonzalo Revoredo, Jimena Lindo y un reparto extenso que aparece en los créditos al final de este trailer; poner todos los nombres requeriría de un extenso párrafo aparte.

Filmada en Lima, Arequipa y Burdeos, Francia, La Herencia de Flora llegará a las salas el 7 de marzo, un día antes del Día Internacional de la Mujer.

 

 

 

 

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